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El Padre Almeida

Esta leyenda quiteña es una de las más populares, tanto es así que existe un museo dedicado a ella. Museo Franciscano del Padre del Almeida. El padre Almeida es un personaje de las leyendas ecuatorianas del cual se dice que le gustaba salir por las noches sin ser visto para poder tomar un trago de aguardiente en el Centro Histórico de Quito. La manera en la que abandonaba la Iglesia, era un tanto extraña, ya que subía hasta lo alto de una torre y luego se descolgaba hacia la calle. Lo que no todos sabían es que, para arribar a ese lugar, tenía que pararse encima de la imagen de Jesucristo de tamaño natural. Una noche que planeaba salir a “saciar su sed” se posó encima del brazo y cuando estaba a punto de irse, alcanzó a escuchar una voz que le decía: – ¿Hasta cuándo padre Almeida? El sacerdote creyó que la voz había sido producto de su imaginación y sin más le contestó: – Hasta la vuelta mi señor. Luego de decir eso, se dirigió a la cantina clandestina en donde bebía y no salió de ahí hasta que estaba completamente borracho. El cura iba dando tumbos por la calle, hasta que chocó de lleno con unos hombres que llevaban un féretro en camino hacia el cementerio. El féretro cayó a media calle, ocasionando que la tapa se rompiera. El padre Almeida no podía creer lo que veían sus ojos, el hombre que estaba dentro del ataúd era él mismo. Sobra decir que de inmediato recobró la sobriedad y en cuanto llegó a su Iglesia le juró al Cristo que nunca volvería a probar una gota de vino. Desde ese entonces, la gente afirma que el rostro de dicha imagen cambió completamente y que aún hoy en día se puede ver que esboza una sonrisa de satisfacción, pues una de sus ovejas volvió al redil. Además estaba la figura del Ángel. Los padres franciscanos de la época vivían en un semillerito y, cuando salían del monasterio, “siempre lo hacían acompañados de otro hermano, llamado ‘El Ángel’, que estaba allí para evitar la llamada de la tentación. Otro factor que ayudó a construir la leyenda es que el Padre tocaba la guitarra, además de otros instrumentos. En esa época las serenatas estaban mal vistas, puesto que se asociaban a la vida “entregada al vicio” y muchos quiteños iban a la antigua calle del agua, actual calle Cuenca, a tomar mistela y a cortejar a las damas. Por eso tuvo esa mala fama.