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El cholerío y la gente decente

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En la primera mitad del s. XX, Quito perdió para siempre aquel rostro campechano que exhibió en el s. XIX. Su entera dependencia del campo determinó dicha fisonomía. En efecto, la vida de la urbe estaba vitalmente vinculada a las rentas agrarias: recursos monetarios, productos y la posibilidad de hacer uso de la fuerza de trabajo rural e indígena. Aquella relación le imprimió una atmósfera semejante a la de una población rural. Esto se hacía evidente en la presencia de pesebreras, huertos, chacras, indígenas, campesinos, recuas de mulas, ganados de paso a los mercados, cerdos que deambulaban por las calles estrechas, más aptas para acémilas y peatones que para carruajes o carretas.