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Aparece como urgente tomar el campo histórico en su conjunto, sin restringirlo al dominio femenino, interrogarlo de otra forma haciendo surgir cada vez la división sexual de los roles. Pues es el mecanismo y el lugar de esta división entre lo masculino y lo femenino donde se ha hecho el silencio.

De este silencio, lo masculino ha salido vencedor inscrito en la noble materia del tejido histórico, mientras, lo femenino desaparecía dos veces, una bajo el dominio efectivo del poder masculino y por su lenta sumisión a un papel asignado y una segunda, escondida tras el molesto recuerdo que dispone la memoria colectiva y política que voluntariamente hace surgir únicamente de las sombras al hecho masculino como “el hecho” (Núñez, 1987: 36).