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La lagartija que abrió la calle Mejía

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Quienes tuvimos la grata oportunidad de tratar y de conocer a don Luciano, podemos dar fe a 31 años de su muerte de su gran bondad, de su generosidad imparable y por sobre todo de esa cosa rarísima que era el cultivo del sentido común.

Refería como uno de los hechos más gratos de su infancia el haber conocido al Arzobispo González Calisto, cuya dulzura siempre la ponderó, y que la muerte del Prelado ocurrida en 1904 cuando Luciano tenía 11 años le afectó notoriamente. Para entonces en medio de su orfandad ya había nacido su vocación por la historia: solía meterse en los arcones de viejos papeles y allí avizoraba cosas de su padre, las de su abuelo materno el médico Manuel Vaca Martínez (con las listas de enfermos del San Juan de Dios desde la época de la Independencia) y las del clérigo Tomás Hermenegildo Noboa, enemigo contumaz de Rocafuerte y que venían por vía de la señora Malo.