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Lo que se hereda de la madre

La madre es nuestro primer vínculo con el mundo. A través de los arrullos, el contacto piel a piel y la lactancia, introduce al bebé a los sonidos, afectos y ritmos propios de su comunidad. Desde los primeros meses de vida, desempeña un papel fundamental en la transmisión de rituales, normas culturales y prácticas que sientan las bases de la identidad. Además de su rol como cuidadoras, las madres participan activamente en la salvaguardia del patrimonio como guardianas de prácticas que lo mantienen vivo: memoria oral, actos festivos, conocimientos relacionados con la naturaleza, manifestaciones creativas, técnicas artesanales tradicionales, patrimonio agroalimentario, entre otras.

Hoy valoramos estos actos de cuidado como patrimonio vivo, pero durante siglos el origen lingüístico de la palabra “patrimonio” reflejó una visión restrictiva: heredar no se consideraba un acto cultural, sino un privilegio masculino.

Originalmente, el término proviene del latín patrimonium (patris: del padre y onium: recibir/cargo) y hacía referencia a los bienes económicos heredados exclusivamente por la línea paterna, particularmente en manos de la nobleza: propiedades, tierras, esclavos, entre otros.

Con la Revolución Francesa de 1789 y el fin de la monarquía en Europa, la noción de patrimonio se transformó: dejó de ser una herencia exclusiva de las élites para convertirse en un legado colectivo. Así, pasó a incluir instrumentos, objetos, monumentos, edificios históricos y obras de arte valoradas por la sociedad en su conjunto.

Inicialmente, el patrimonio seguía centrado en bienes materiales. Sin embargo, gracias a la UNESCO, hoy se reconoce también el patrimonio inmaterial: tradiciones, lenguas, rituales, conocimientos agrícolas, técnicas artesanales, música, danza y otras expresiones culturales transmitidas de generación en generación.

A pesar de esta ampliación, el patrimonio sigue marcado por narrativas masculinas. Aunque el término tiene raíces patriarcales, las mujeres, y en especial las madres, han sido creadoras y transmisoras de cultura a lo largo de la historia. Sin embargo, su aporte ha permanecido invisibilizado, relegándolas al ámbito privado, mientras lo público continúa dominado por perspectivas masculinas. Según la UNESCO (2014), excluir a las mujeres de la gestión patrimonial no solo es injusto, sino que empobrece la diversidad cultural.

Democratizar el patrimonio implica reconocer su carácter diverso e inmaterial, equilibrando su preservación entre géneros. El patrimonio no es solo un legado masculino; es un tejido vivo y colectivo que incluye múltiples voces. Garantizar esta diversidad requiere políticas que valoren el cuidado cultural como un acto social compartido, sin reducirlo a una responsabilidad exclusivamente femenina.

IMP/FB

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