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Atahualpa

La parroquia rural de Atahualpa, también conocida antiguamente como Habaspamba, constituye uno de los patrimonios culturales más significativos del Distrito Metropolitano de Quito. Ubicada a 80 kilómetros al norte de la capital, en las faldas del cerro Mojanda, esta localidad de 84,78 km² y 1.901 habitantes conserva una rica herencia histórica que se remonta a la época prehispánica, cuando fue habitada por etnias cayapa-colorado, así como grupos imbaburas y piruchos de la cultura caranqui.

Establecida oficialmente como parroquia el 1 de agosto de 1894, Atahualpa debe su nombre al emperador inca y su desarrollo urbano inicial a la donación de tierras realizada en 1870 por el hacendado Miguel Herrera, sobre las que se construirían la plaza, calles, iglesia y cementerio.

Su arquitectura patrimonial se destaca por la Iglesia de la Inmaculada Concepción, construida mediante técnica de minga con maderas nobles como matachí, roble y tarqui, que consta de cuatro naves y alberga la venerada imagen de la Virgen de El Quinche.

El conjunto patrimonial se completa con su plaza central de traza decimonónica, que conserva la disposición cuadrangular original y un quiosco metálico neoclásico, además de las esculturas en ciprés que se encuentran en su Cementerio, catalogadas como patrimonio intangible y que representan figuras religiosas, animales y el rostro del emperador Atahualpa.

Esculturas de ciprés del cementerio

El cementerio de la parroquia rural de Atahualpa, en el Distrito Metropolitano de Quito, alberga un conjunto único de esculturas realizadas sobre árboles de ciprés que constituyen patrimonio intangible de la comunidad. Esta tradición ornamental surgió en 1985, cuando el ingeniero agrónomo Jorge Rodríguez propuso emular las técnicas del cementerio de Tulcán para revitalizar el camposanto local, inaugurado originalmente en 1900 pero que había permanecido abandonado.

El proceso de creación requiere aproximadamente seis años por escultura. Durante los primeros cinco años, los cipreses crecen hasta alcanzar la frondosidad necesaria, momento en que se inicia el modelado mediante técnicas artesanales que incluyen el doblado de ramas con piolas, uso de mallas y cortes precisos con tijeras especializadas. Los artesanos locales consideran fundamental transmitir energía positiva a los árboles durante el trabajo, incluyendo cantos y palabras de aliento.

Las esculturas representan una amplia variedad de motivos que van desde la fauna local como osos y gorriones hasta símbolos identitarios como el rostro del inca Atahualpa y réplicas de la iglesia parroquial. El mantenimiento requiere cuidados constantes: fertilización orgánica con humus de lombriz y compost, riego sistemático durante la estación seca y control de plagas que puede tomar más de dos meses para todo el cementerio.

Aunque inspirada en el Cementerio de Tulcán, esta práctica ha desarrollado un estilo propio que refuerza la identidad cultural rural quiteña y trasciende la función funeraria, convirtiéndose en atracción turística y testimonio vivo de creatividad comunitaria.

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