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Perucho

La parroquia rural de Perucho, ubicada en el Distrito Metropolitano de Quito, constituye un testimonio excepcional del patrimonio cultural ecuatoriano con más de 2.800 años de historia continua. Con una superficie de 9,73 km² y 786 habitantes según el censo de 2010, esta pequeña parroquia es considerada “La Madre de todas las Parroquias” por ser el origen histórico de otras parroquias rurales como Puéllaro, Chavezpamba, Atahualpa y San José de Minas.

Fundada como encomienda española de San Miguel de Perucho en 1542 bajo Pedro de Puelles, el territorio albergó culturas prehispánicas como cotocollao, malchinguí y caranqui, cuyos vestigios arqueológicos desde el periodo precerámico (9.000 aC) hasta la época virreinal hispana se conservan en el Museo Arqueológico local.

La joya arquitectónica de Perucho es su iglesia parroquial, construida originalmente entre 1650-1700 en madera de tarqui, roble y cedro, y reconstruida tras el terremoto de 1868. Esta estructura vernácula de adobe, ladrillo y teja, con retablos barrocos cubiertos de pan de oro y columnas salomónicas de la Escuela Quiteña, representa una de las dos únicas iglesias de madera en Ecuador, declarada patrimonio nacional.

El Parque Central San Miguel funciona como eje cívico-turístico frente a la iglesia, complementando un conjunto patrimonial que incluye la casa parroquial colonial con portal delantero y lateral.

Vino y jugo de mandarina

La parroquia rural de San Miguel de Perucho, ubicada a 38 kilómetros al norte de Quito en el Distrito Metropolitano, destaca por la producción artesanal de vino y jugo de mandarina que constituye parte de su patrimonio cultural inmaterial. Esta localidad posee un clima seco con apenas 500 mm de precipitación anual, condiciones ideales para el cultivo de cítricos que generan el 37% del empleo local.

El vino de mandarina se elabora mediante técnicas tradicionales transmitidas de generación en generación: recolección de frutos maduros con alto contenido de azúcares, prensado artesanal, fermentación controlada en vasijas de madera sin aditivos químicos y crianza corta que otorga un color ámbar claro con intensas notas cítricas. Este proceso surgió como estrategia para aprovechar la sobreproducción de mandarinas, transformando excedentes en productos de valor añadido.

El jugo de mandarina se caracteriza por su pureza al ser 100% fruta, dulzura natural y aroma intenso derivado de la selección de frutos en óptima madurez. Ambos productos representan símbolos de identidad local, conocidos como “la mandarina de oro” de Quito, y forman parte integral de la Ruta Escondida que promueve el turismo rural.

El valor patrimonial se refuerza por su vínculo con el patrimonio tangible local, como la iglesia de San Miguel del siglo XVII catalogada como única en Ecuador, y su presencia en festividades y ferias que fortalecen su valor etnológico. Establecimientos como “El Chico” han sido reconocidos en catálogos turísticos municipales por preservar estas tradiciones artesanales.

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