Celebración de la Semana Santa
La Diablada de Alangasí, celebrada cada Viernes Santo en la parroquia rural homónima del oriente quiteño, surgió a mediados del siglo XIX como una fusión de la tradición católica y la cosmovisión indígena, transmitida oralmente de generación en generación.
En esta manifestación, los participantes vestidos de diablos con trajes rojos y negros, máscaras con cuernos y tridentes encarnan la tentación y el mal, interrumpiendo el Vía Crucis para tentar a los fieles con símbolos modernos como dinero falso o aparatos tecnológicos. Acompañan a los diablos las Almas Santas, representadas por turbantes largos, junto a soldados romanos y Santos Varones, quienes refuerzan la narrativa bíblica. Al finalizar la ceremonia, los diablos huyen ante el anuncio de la Resurrección y se queda un monigote que simboliza la derrota del mal y el triunfo de la fe.
Más que un espectáculo, la Diablada promueve la cohesión comunitaria al involucrar a familias enteras en su preparación y exige años de participación continua para preservar la tradición. Reconocida como patrimonio cultural inmaterial, convive con otras celebraciones como la Diablada de La Merced y atrae turismo religioso durante la Semana Santa, contribuyendo al desarrollo social y económico de la zona. Este rito refleja la resistencia cultural y fortalece la identidad y la memoria colectiva de Alangasí.